lunes, 19 de septiembre de 2016

Muros de papel color piel.

A veces lo que se termina es la puta paciencia, el aguante te abandona y dejas de ser indestructible. A veces, tu fortaleza interior o la fortaleza sin más te abandona. Sí, hablo de la muralla que protege el castillo, esa que aguanta tormentas, frío, calor, asedios y risas, noches y días... Y sí, aunque resulte difícil de creer, algunas veces decide abandonar y permitir el libre tránsito de pequeños parásitos llamados contra-tiempos o simplemente tiempos. Deja que fluya el tiempo, y alguna que otra vez acepta como invitada a la pesadumbre, a la tristeza (en otras palabras) y se rinde ante su débil pero constante fuerza. Lo malo de ésto, que si se asienta en los pilares de la muralla o en la más alta torre (junto a la reina cabeza) es complicado echarla. A veces consigue volver contra sí misma a la mismísima Reina y la hace autocompadecerse y en último término rendirse a sus peticiones. Es una invitada que participa en el juego de la vida pero  con distintas reglas, las suyas propias. Y esto es una verdadera mierda porque incluso al narrador de la historia consigue cautivar con sus armas. A veces le mezcla en todo el asunto hasta hacerle creer que la historia en cuestión es la suya propia y no la de un tercero. Pero hay algo que ésta tramposa no sabe y es que tanto el narrador cómo la historia tienen lectores y correctores que tienen una coraza llamada distancia, y no distancia fisica, que tambien, sino distancia con respecto a los pensamientos, son capacws de poseer una visión externa y mucho más amplia incluso que el narrador mismo, salvando ciertos detalles y aspectos que no quedan plasmados en el papel. Ellos conocen la historia desdd otra perspectiva, desde otro punto de vista que les permite formarse una imagen más clara del conjunto.
Pero fijate que con todo y con eso, la puta inquilina que no paga ni un centavo por su estancia en la pensión de mi cuerpo, es capaz de escabullirse y desaparecer durante un tiempo, dejando siempre una nota de despedida recordándome que yo podré evitarla quizá durante un tiempo, pero sabe dónde vivo y piensa volver.

Que ausencia no implica abandóno, que perder no implica rendirse.

Que ya no vé amanecer porque se acuesta a las 6.

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