sábado, 9 de diciembre de 2017

INTROSPECCIÓN (Relato Corto)

Esta historia, si me lo permiten, comienza con unas inocentes palabras y se deja hacer a los ojos de los anónimos e intrépidos lectores. En esta historia, el protagonista podría ser cualquiera de ustedes y que antes de decidirse por un género u otro, prefiere definirse como animal de costumbres, estrella principal de su propia historia.

Ya que insisten, se la podría contar yo mismo, pero prefiero que se cuente a sí misma.

Como ya era algo habitual en sus días, se levantó con el estruendo del despertador,
6:30AM seguido de un pequeño pero intenso sobresalto con su respectivo movimiento de brazo palpando la oscuridad. El suspiro, la vuelta en la cama y la retahíla de improperios eran algo normal todas las mañanas. Encendida la luz del baño, sus pupilas se resquebrajaban, no querían verse en el espejo (no eran las únicas). Buscando a tientas aún el grifo de la ducha, se alejó con cautela para evitar la Antártida hecha agua. Tras nueve minutos (tres canciones para otros) bajo la cálida cortina de agua, seguía sin despertarse del todo. Con el pelo aún empapado, se dirigió a la cocina para preparar el desayuno. Esa mañana se apresuró, acabó antes de lo habitual y decidió ponerse a ojear un pequeño libro de poemas que había comprado hacía ya un tiempo (y no por ser un fanático de la poesía, sino porque el  nombre del autor le había resultado curioso).

 –El denominado animal de costumbres, no sabía aún que ese día iba a marcar el resto de su vida.-

¿Quieres una historia de amor?,- comenzaba aquel pequeño poema-,  
     Bah, de qué te serviría, 
     no amamos como sentimos,
     sino como nos han contado."                
                           
Meditó tanto aquel pequeño fragmento que, incluso el tiempo se detuvo, notaba su respiración e incluso podía ver las estelas que dejaban sus pensamientos. Aquí comenzó su vida, su vida de verdad, esa que tenía pensado vivir con todas sus letras. Salió de casa y al cerrar la puerta, se percató de que sus llaves estaban dentro. Quizá en otro momento, quizá antes, se habría vuelto loco y como un energúmeno, pero ese día no, pensó: “Bueno, ya llamaré a un cerrajero. Además, así tengo excusa para no volver a casa.” Se sentía más relajado, incluso andando, se notaba más cómodo consigo mismo. Llegó a la parada del Autobús 142, más de veinte minutos marcaba la pantalla. Y de nuevo, reaccionó con absoluta tranquilidad, diciéndose que así podría disfrutar de la buena mañana que hacía. Llegó el autobús y, en vez de entrar sin  respetar la cola como era habitual, aguardó paciente a que una anciana subiese con su enorme bastón, sacase su pequeño monedero, buscase el importe del trayecto y pagase con la absoluta pausa que caracteriza a este grupo de la población.

 -Se toman la vida sin prisas, sin agobios, total, ya la han vivido, ahora sólo les queda disfrutar de la recta final. Pero claro, esto él no lo sabe (de momento).-









 Con la cabeza bien alta y, mirando a los ojos de los estáticos ocupantes del transporte público, descubrió con estupor, como si de un espejo se tratase, que todos ellos tenían una pequeña sombra bajo los ojos, no reflejaban luz, en ellos no se cumplía eso de que los ojos son el espejo del alma (o sí, quien sabe quizá sólo eran almas rotas…). Aquel escenario era demasiado tétrico, tanto que, en la siguiente parada decidió bajarse y coger el metro. Se le hacía tarde, pero cualquier cosa antes que volver a aquel autobús.
Bajó las escaleras del metro hasta llegar a los tornos, los pasó con la esperanza de encontrarse un escenario mejor que el anterior. Se quedó sorprendido por la rapidez en que llegó el metro a la estación (antes, hasta la espera del ascensor le parecían décadas), y entonces, llegó el momento de la verdad, llegó el momento de descubrir si ahí abajo, ahí donde la luz natural era un mito, las almas tenían otros ojos, otros cuerpos.

 –Iluso de él, lo que le queda por aprender, no sabe que la vida lo va a domesticar, es un animal de costumbres recién llegado al Mundo.-

Busca con la curiosidad de un niño de cinco años, con los ojos hambrientos y el alma abierta (busca como se debe buscar). Pero evidentemente no encuentra nada. Todo el vagón parece un tétrico desfile de almas perdidas, sumidas en su caos más profundo. Aún le espera un viaje largo (no sólo en metro), unas ocho paradas hasta su destino. De pronto las puertas se abren y comienza a bajar gente, quedan sitios vacíos y decide sentarse. (Siete paradas) Y como si de una cuenta atrás se tratase, sus ojos comienzan a pesarle y, decide acomodarse en su asiento, apoya la cabeza en el cristal y desconecta los ojos. Sus oídos escuchan todo el sonido de los alrededores, pero no parece importarle. Una parada más, de nuevo las puertas se abren (seis paradas), pero esto no lo sabe, ha desconectado por completo. Se sume en un sueño profundo, donde, por alguna razón comienza a ver todas las relaciones que ha tenido, todos los sitios en los que ha estado, todas las noches de fiesta con sus mañanas de resaca… y de pronto, como si de una sacudida se tratase, abre los ojos sobresaltado. Ha llegado a su destino, es como si su subconsciente le hubiese avisado. Ni él mismo se explica cómo es posible. Sale del vagón, camina despacio, como un animal aturdido pensando en todo lo soñado y, por desgracia sumándose al desfile organizado que atraviesa los pasillos de cabo a rabo.
Ya en la calle, respira hondo y se promete entrar en el trabajo por la puerta grande (que justo es la principal) con la cabeza bien alta. Llega a su puesto de trabajo y entonces ¡¡¡BOOM!!! Una explosión en su cabeza lo hace desplomarse en el suelo y, de nuevo el sueño le abraza dejándolo en el Limbo.
Al instante se despierta asustado, sin entender que es lo que ha ocurrido. Se encuentra en un círculo blanco cuyos límites se difuminan a medida que se aleja hacia, aquello que considera las paredes de una sala. Está abrumado ante esa situación, cierra los ojos y se dice a sí mismo: esto es un sueño, pellízcate fuerte y despertarás.











Vuelve a abrir los ojos y se ve tumbado en la cama de su habitación, en Madrid. No entiende nada, tiene la impresión de haber vivido ese momento antes. Va al baño para lavarse la cara y buscar alguna respuesta frente al espejo.
-¿Qué me está pasando? Esto no puede ser un sueño, noto el agua tan real...
Una voz le hace girar la cabeza, hay un cuerpo aguardándolo (como si de una presa se tratase) en la cama.
+Bueno qué, piensas volver aquí o me marcho.
-Eh, eh, eh, sí, sí voy. (Dijo finalmente comiéndose las dudas).

-Al fin y al cabo era un animal, y como tal, por sus venas corría el hambre por otros cuerpos, el instinto de supervivencia estaba ligado guiarse por impulsos locos... Pueden hacerse una idea de lo que pasó en aquella habitación, incluso yo sé que pasó, pero porque me lo contaron.-

Sin previo aviso se encuentra en otro sitio completamente distinto.
Estaban (sí, un cuerpo y él) en una azotea de un barrio céntrico, abrazados contemplando las farolas temblar y el bullicio de la gente andando por la calle. Hacía frío, un frío que ni las estrellas salían para dar la bienvenida. Estuvieron de pie un buen rato hasta que sus piernas aguantaron, ambos respiraban profundamente el aire frío que se les metía hasta los huesos. Pasaron un par de horas hasta que el frío se hizo insoportable y se vieron obligados a bajar de la azotea e ir a calentarse y poder charlar tranquilamente. Anduvieron durante media hora hasta encontrar un local, abrieron la puerta con sumo cuidado, parecía que se iba a caer en cualquier momento. Entraron y aunque desde fuera parecía un feo bar destartalado y comido por el tiempo, al entrar, se dieron cuenta de que no era así. Dentro había 15 mesas, de las cuales 5 estaban ocupadas. El ambiente era estupendo, la gente reía y charlaba. Parecía que estaban en el salón de sus casas. Se sentaron en una mesa de un rincón donde la luz era tenue y de un color anaranjado que resultaba muy acogedor. Tomaron asiento y pidieron una ronda. Hablando con los ojos, comiéndose con los ojos, pasaron la noche junto con alguna caricia, alguna carcajada, alguna patada por debajo de la mesa, serios interminables, miradas que se iban de los ojos a los labios incapaces de frenar el deseo de besarlos. Aquella noche, el resto de cuerpos presentes en aquel local tuvieron que llamarles la atención por envidia.

-Se seguía preguntando si  todo aquello sería un sueño, pero con cada trago, las dudas se iban disipando.- 












Volvió a despertar, esta vez, empapado y en mitad de la calle. Llovía como si el cielo se fuese a caer, como si hubiese una gotera en el techo del mundo, parecía que se iba a romper en cualquier momento y que todo iba a quedar anegado. Nadie por las calles, solo charcos y más charcos, seguidos de asfalto y una imagen que se reflejaba en ellos. Parecía una silueta de algo cubierto por una capucha, parecía una persona, pero su cara no se vislumbraba en el agua. No se oía nada en absoluto, se cernía un silencio desolador que hacía pensar. Se sucedieron una serie de charcos y más charcos, después cristales iluminados por farolas, que al mirarlas parecían tener cortinas por la incesante lluvia. Las gotas de agua calaban hasta los huesos. Jugaban con ellos, los recorrían de arriba a abajo y de dentro a fuera. De pronto las piernas comenzaron a moverse solas y a correr como si no hubiese un mañana, pisaban y pisaban más charcos, trataban de huir de la cabeza -ilusas-. Daban zancadas hasta que se vieron obligadas a parar, la cabeza las había alcanzado, las obligaba a detenerse convenciéndolas de lo irracional de todo aquello. El corazón, para variar, comenzó a latir a un ritmo frenético, quería salir de aquel cuerpo y escapar de las órdenes de la cabeza. Latía y latía, pero sin éxito. Sin previo aviso, la boca se dispuso a gritar tratando de evitar cualquier censura. Gritó y gritó, llegó un momento en el que hasta la lluvia cesó para dejar espacio a aquel grito. Fue un grito de deseo y de rabia, un grito desesperado por destruir todo lo que en la cabeza se encontraba, un grito que pretendía acabar con todo pensamiento. Alcanzó la plenitud máxima, consiguió parar incluso los elementos para ser él mismo.
-Creyó haber alcanzado el climax, creyó haber superado todo aquello, todos esos recuerdos, momentos, placeres… pero nuevamente no sabía nada.-










Y de nuevo, despertó (por quinta o sexta vez) pero en la cama de un hospital. Miles de pitidos constantes y estridentes, le taladraban los tímpanos. Esta vez estaba en el mundo real, ni en el pasado ni en el futuro, se encontraba en el presente. Intuía que serían las 12:00 de la mañana por la luz que entraba por las rendijas de las cortinas. Dos horas más tarde le dieron el alta, traumatismo craneoencefálico leve.
- Le recomendamos reposo absoluto y una pastilla cada 12 horas. Y no olvide que en dos semanas revisión. 
Con un aparatoso vendaje rodeándole la cabeza, se dispuso a salir del hospital. De camino a la salida, recordó el espantoso escenario que había vivido el otro día con el transporte público, así que decidió ir a pie. Llegó a casa y, al buscar sus llaves recordó que estaban al otro lado de la puerta. Llamó a su vecina de enfrente y le pidió usar el teléfono. Esta, era un alma encerrada en un cuerpo de una belleza inmensa. No se sabe ni cómo ni por qué, pero acabaron charlando (ambos se sentían cómodos con un café entre las manos al mismo tiempo que soltando palabras por los labios).

Entre unas cosas y otras, se vaciaron y se llenaron a la vez. Borraron todo el pasado que tenían clavado, incluso nuestro querido animal de costumbres, se permitió el lujo de cortejar aquel cuerpo que posaba en el asiento de enfrente.  
-¿Crees que escribir sobre ese algo que te abruma puede ayudarte a afrontarlo?
-le preguntó nuestro animal de costumbres a aquel cuerpo de mirada inocente, desconociendo la reveladora respuesta que se le venía encima.-

+ ¿Sabes? Creo que eres la primera persona que me lo pregunta y verás, a veces lo dudo, pero sólo un instante, ese justo momento antes de ponerme a escribir, teclear lentamente cada letra, medito durante milésimas de segundo si realmente tiene algún sentido todo esto. Entonces, releo otros escritos y veo que, quizá al momento de ser escritos, no sirvieron de nada en absoluto, pero al verlos ahora, ahí, fuertes, resistentes al paso del tiempo, a dolores, a quejas, firmes en sus promesas de cambio, estáticos mirándome cara a cara, escupiéndome verdades, que quizá por aquel entonces no se revelaron, pero que ahora se dejan ver con total claridad. Y si, evidentemente duele ver que hubo tantas ganas de escribir en un momento dado, pero que ahora ya no. Antes buscaba refugio en pequeñas letras Calibri(cuerpo) 13, por aquello de que si la mala suerte se apoderaba de ese número, yo la afrontaría y esquivaría con miles de palabras, consiguiendo doblegarla e incluso transformarla en todo lo contrario. Haría como hizo el amor conmigo, le concedí el poder de destrozar mi reino al que llamé cuerpo. Consiguió doblegarme durante un tiempo, consiguió que temiese todo cuerpo nuevo, toda caricia repentina, pausada, consiguió incluso que mi cabeza odiase al corazón por el mero hecho de latir a destiempo, sin seguir el ritmo marcado y establecido. Lo llevaron a juicio y le encarcelaron junto a presos con cargos de culpabilidad, asesinato en defensa propia, y una ingente cantidad de reclusos. Allí, latiendo solo, en una esquina de su celda número "13" en el pabellón Cuerpo estuvo un par de años. Me llegué a sentir como un ladrillo rodeado de otros tantos, buscaba libertad, buscaba movimiento, aire, buscaba poder notar de nuevo el Sol en la cara. Llegué a este punto en el que me creía ladrillo, que creo fue por culpa de darme tantos golpes contra la pared y encontrar el mismo ladrillo mirándome a los ojos, fijamente, impasible. Me identifiqué con él, hartos los dos de recibir golpes de frente.
Acabamos por derribar el muro y así salvarnos los dos. Nos liberamos de tanto atadura y restricción, conseguimos notar el Sol de nuevo. Pero esto no duró demasiado tiempo, somos gente de costumbres(al igual que tú ¿no?) y él quiso encontrar de nuevo su lugar, busco una pequeña obra, donde estaban construyendo una pequeña pared, y allí se quedó, al igual que yo, enclaustrado en un nuevo muro. El suyo con forma rectangular y un cabello color rojizo, y el mío con una forma indeterminada y cabello inconcluso.
Y vuelta a empezar. 
Por si no te habías dado cuenta me gusta escribir.
-Guau, estoy sin palabras, -le acababan de lanzar una granada a lo más profundo de sí-

+Perdona que te haya soltado la charla, pero necesitaba contárselo a alguien. Últimamente me siento muy sola, ni escribir me salva de mis tóxicos pensamientos.

¿En serio le estaba pasando esto? Se preguntaba sin parar. Su vecina, alguien aparentemente esplendido, radiante, feliz… y tan vacío por dentro. No se lo pensó dos veces (a decir verdad no lo pensó ni una) se lanzó a abrazarla y, aunque parezca increíble, sus cuerpos se fundieron. Forjaron algo más que una aleación de cuerpos pesados, se completaron.
De un tiempo a esta parte (sólo dos días) había cambiado por completo, y sin ser en absoluto consciente. (Qué irracional todo, pensó.)
A los pocos minutos de estar abrazados, escuchó como llamaban a su puerta y salió de la casa en donde estaba. Era el cerrajero al que había telefoneado, trajeado con su gorra descolorida, su camisa llena de grasa de las bisagras y con un olor a cigarro rápido antes de entrar.
No tardó más de 15 minutos, así que pudo entrar, coger sus llaves y volver en busca del cuerpo que le aguardaba al otro lado de la puerta de enfrente. Aporreó la puerta con impaciencia al ver que no había respuesta. ¿Habrá salido sin darme cuenta?, no puede ser, ¿lo habré soñado? pensó para sus adentros.

-Una estocada más para nuestro animal de costumbres-











Acababa de vivir un momento muy extraño, como todos los sucedidos esos días. El resto del día lo pasó sentado en su sillón, amansado a base de golpes, desconcierto y recuerdos. 

Buscó refugio en el libro de poemas que lo había llevado por aquel camino de la amargura. Tenía marcada la página por la que iba con un pequeño papel doblado, lo desdobló con el fin de recordar que había escrito en él:

INTROSPECCIÓN
Del lat. tardío introspectio, -ōnis, y esteder. del lat. introspicĕre 'mirar adentro'.
  1. f. Mirada interior que se dirige a los propios actos o estados de ánimo.




Y entonces despertó (esta vez de manera definitiva), se había quedado traspuesto con la cabeza en ángulo de 90° sobre el respaldo del sillón, con la baba descendiendo cual escalador intrépido, por la comisura del lado derecho.
-Había sufrido eso que algunos llaman “quedarse traspuesto” y otros “introspección”, pero lo importante es que ha aprendido una lección: 






                                     cambiar ese maldito sillón.-


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