Quien nos iba a decir que ahora con la llegada del frío sería el momento de sentirnos eternos. Sentirnos eternos notando el frío recorriendo nuestros cuerpos, asentado en nuestra nariz e interiorizado en lo más profundo de nuestros huesos. La piel se decidió a no sentir, a no dejarse acariciar por unas manos que en sus dedos escondían mil pecados.
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