miércoles, 17 de febrero de 2016

La chica sujeta a un corsé.

Abrí los ojos, estaba amaneciendo y, las luces de los primeros rayos de sol atravesaban la pequeña ventana. Ese día, su silueta podía contemplarse con todo lujo de detalles. Pelo suelto, rozando la espalda desnuda de una verdadera Diosa Griega. Hacia un tiempo que había dejado de lado los corsés, se veía bien sintiéndose libre de ataduras que moldeaban su figura. Su pelo y su cuerpo parecían estar en total armonía con la luz del sol, bailaban a la par. Pelo castaño muy oscuro, espalda blanca y con algún que otro lunar aún sin descubrir por unos dedos inquietos, por unos labios dispuestos a dejarse la vida en cada centímetro cuadrado de aquella espalda. Y de pronto se giró, nuestros ojos conectaron y brotó una sonrisa en ambos. La recorrí, con la mirada, palmo a palmo desde la cabeza a los pies, me detuve un par de veces en algún tramo de su cuerpo. Había sufrido demasiado en forma de tela y, aún así seguía espléndida. Tenía algunas rozaduras y magulladuras en sitios innombrables en este texto, la vida y las palabras no le habían tratado del todo bien. Ya era hora de que alguien le tratase como se merece, ya era hora de que unas manos serenas le acariciasen las heridas de tiempo atrás, quitasen las palabras infectadas y llenas de odio y prejuicios, y le pusiesen otras que cicatrizasen aquel mal trago llamado Pasado.

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