lunes, 23 de marzo de 2015

Sólo rabia y deseos de destrucción.

Llovía como si el cielo se fuese a caer, como si hubiese una gotera en el techo del mundo, parecía que se iba a romper en cualquier momento y que todo iba a quedar anegado. Nadie por las calles, solo charcos y más charcos, seguidos de asfalto y una imagen que se reflejaba en ellos. Parecía una silueta de algo cubierto por una capucha, parecía una persona, pero su cara no se vislumbraba en el agua. No se oía nada en absoluto, se cernía un silencio desolador que hacía pensar. Se sucedieron una serie de charcos y más charcos, después cristales iluminados por farolas, que al mirarlas parecían tener cortinas por la incesante lluvia. Las gotas de agua calaban hasta los huesos. Jugaban con ellos, los recorrían de arriba a abajo y de dentro a fuera. De pronto las piernas se movían solas y corrían como si no hubiese un mañana, pisaban y pisaban más charcos, trataban de huir de la cabeza -ilusas-. Daban zancadas hasta que se vieron obligadas a parar, la cabeza las había alcanzado, las obligaba a detenerse convenciendolas de lo irracional de todo aquello. Luego el corazón comenzó a latir a un ritmo frenético, quería salir de aquel cuerpo y escapar de las órdenes de la cabeza. Latía y latía, pero sin éxito. Sin previo aviso, la boca se dispuso a gritar tratándo de evitar cualquier censura. Gritó y gritó, llegó un momento en el que hasta la lluvia cesó para dejar espacio a aquel grito. Fue un grito de deseo y de rabia, un grito desesperado por destruir todo lo que en la cabeza se encontraba, un grito que pretendía acabar con todo pensamiento.
CONTINUARÁ

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