lunes, 13 de marzo de 2017

Viaje introspectivo.

Hoy empieza mi viaje. Pura y llana introspección. Un viaje hacia lo más profundo de mi, un viaje que no tendrá fin hasta que me haya perdido. Un viaje que haré sólo, pero sin permitir que la soledad se instale en el cuarto de al lado. Pienso y espero haberla dejado atrás, en el camino, en alguna cuneta, tirada y dolorida dispuesta a engancharse a otro cuerpo.
Lo empiezo de noche, el viaje, y eso tiene dos vertientes distintas por las que tirar. Una de ellas tiene el cartel de aviso de derrumbe, no pasar. Y la otra, con un cartel parecido, incitándome a sumirme en una realidad tan superflua, tan falsa, tan imbécil, que llegará un punto en que se desmienta a sí misma y se quite esa capa de mugre y polvo.
Tirado en la playa a las casi 8 de la tarde, con el sol oculto y sin prácticamente un resquicio de compañía, me vienen a la mente pequeños flashes de la infancia, todos ellos en la playa. Cargado con dos sombrillas, una nevera azul de más de tres toneladas y veinte sillas( que ya me dirás tú para que tanta silla)
Viviendo la eternidad en un segundo. Respirando aire oxidado.
Bebiendo agua del infierno.
Sigo andando sin rumbo, por pura inercia. 

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